Madrigales de la lactancia

1.
La luz del mediodía
tras las cortinas, en el cuarto, tenue,
es en tus ojos leves
sombra, y la sombra de los cuerpos, vida.
Aunque tú no sepas que la vida es vida,
en tu mirada breve,
que al mirar estremece,
cobra sentido el día.

2.
¿Cuántas horas y cuántos años, siglos
milenios, qué universo
y qué mundo o galaxia,
cuántas lluvias, sequías, sol o cierzo,
cuántas bonanzas, temporales, noches,
qué ríos, qué desiertos,
cuántas luces y días
han hecho falta para traer tu gesto?

3.
He visto esta quietud
en blancos angelotes de alabastro,
extraña e inquietante,
y en los escudos blancos
de antiguas monarquías.
Esta quietud de barco
que navega a lo lejos.
Este sueño de jade, este letargo.

4.
Costumbre de las horas sin costumbre,
lívidas horas, horas
blancas, súbitas horas
cuando la noche pierde voz y lumbre.
Cuando la noche espesa su acedumbre,
y de súbito lloras
y nunca cuando lloras
logra hacerse costumbre la costumbre.

5.
Ya sea el resplandor
secreto del papel fosforescente,
o el caer de una tarde de invierno,
lánguida prematura, entre la gente;
ya sea la blancura
de un muro reluciente,
tus ojos analíticos, curiosos,
sólo la luz comprenden.

6.
No lo sabes aún y ya lo sabes:
castillos, rosas, aves,
los saltos de una rana por el suelo,
la blancura del cielo,
lejana águila que va de vuelo.
En tus ojos no hay velo,
torres, jazmines, pájaros y aves:
las cosas que ya sabes.

7.
Al principio mi voz es mi presencia,
y un día es también, entre las luces,
la mancha que se mueve
y tus ojos persiguen.
El día que me siguen
por la estancia de nieve
lo anoto en esta página mientras luces
ojos, manos, sonrisa y transparencia.