Imagen de Ardhanari

Se pintaba los labios entonces con sangre
de la herida, adornaba sus ojos
con el brillo de alimaña asustada
y en la calle
recorría las aceras como un velero
por una mañana desabrida.
Se atusaba el flequillo frente a un espejo
en ciertas cafeterías con alboroto
y ases de corazón
descalabrados e impacientes.
Una tarde se vino a mi mesa,
atractiva y cansado, solitario y perversa,
qué más puedo decir,
ni sus carantoñas ni mi apurada
conversación acertaron
el lenguaje tierno con que se escribela compañía.