La angustia

Viene de la ciudad alta en la noche
con paso torpe por el empedrado.
Las cúpulas doradas son ya sombras
lacradas en el cielo. No le turban
las luces pasajeras del tranvía
ni la puerta oblicua del café.
Pasa junto a mujeres que caminan
despacio y evitan las farolas, a hombres
que susurran lo amado, y prohibido.
Se adensa con la bruma del invierno,
no se arredra en las calles solitarias,
las miradas opacas no le asustan.
Ella atiende sólo a su grito sordo,
el mismo que atormenta mis sentidos