Lisboa
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No, no es lo mismo el recuerdo que la memoria. El recuerdo lo es de los días ágiles del verano y la memoria sedimenta su lodo únicamente en las tardes repetidas del invierno. Hay ciudades que se recuerdan por la generosidad de sus avenidas, por sus catedrales o por sus concurridos cafés. La memoria distingue los hundimientos de la calzada, los mensajes escritos en los muros, el picaporte de las puertas en las tiendas oscuras, o el acento del norte de un vendedor de lotería. El tiempo no daña el recuerdo, pues ante él todo permanece con ese aire intemporal que tienen las postales iluminadas a mano. No soporta la memoria enfrentarse al tiempo presente: esas pequeñas mudanzas (un empedrado distinto, un edificio o un comercio nuevos, una ausencia entre las voces de la plaza…) complican cualquier regreso. La respuesta del recuerdo es el énfasis. La memoria prefiere la indiferencia. Piensa que su lugar debe estar en otra parte. Una cosa más: el recuerdo se narra en tardes de muchos amigos en torno a una mesa; la memoria si se transmite es en silencio, cuando por ejemplo te aprieto la mano al pasar frente a la cochera de tranvías en Alcântara.