Otoño en Carlisle /3

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Las moscas, dijo allí Jesús Aguado.
Un infierno de verdes moscardones
donde mirábamos tan complacidos
hierba, árboles altos, setos, mármol.

Ningún insecto revoloteaba
las losetas con número de muertos
desconocidos; ninguna molestia
frente a los monolitos funerarios.

Las moscas —repitió entonces Jesús
Aguado porque nos veía ver
tan confiados el cielo azul, los bosques

carmesíes— las moscas, los cadáveres,
van siempre de la mano como padre
e hijas. ¿Quién las ve? Todo tan pulcro.