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Sintra
Aquel hombre llamado Pedro sale
conmigo a la terraza: allí el castillo
invita a la armonía.
Ha llegado por la mañana
a visitar mi sueño abuhardillado,
el colchón en el suelo, mi chaqueta
en el suelo, tarima que acarician
sus pies descalzos. Aquel hombre
llamado Pedro llega de Lisboa
en tren, el mismo renqueante, sucio,
lánguido tren que olvidan nuestras manos
—juntas fundan un sueño sin presente.
He abierto la puerta con confianza
al hombre que quería verme, Pedro,
sería un buen testigo de que el sueño
que soñé en Sintra tuvo cuarto, puerta,
terraza y una ventana abierta al cielo.
Al cabo todo resultó tangible,
y el agua lo deshizo lentamente
en los recuerdos renqueantes, sucios,
lánguidos del país que fue real.
Todo, la lluvia y las caricias
y el amargor que en nuestras bocas
culminaba el placer, todo mortal
salvo el hombre llamado Pedro
que ignoro desde dónde llega,
de qué me conocía, cuándo
nació aquella confianza
con la que abrí la puerta de la casa
a quien al irse dejaría
muertas sus ataduras con la realidad.