I
Patea el aire, seis
agujas,
seis filamentos insaciables,
seis filamentos insaciables,
insaciables los seis
insomnios
que patean la noche,
agujas
incansables, las seis
angustias.
Escarabajo boca arriba
en el sendero. Seis
insomnios.
Dos brazos, manos,
dedos, dos
afluentes los dos brazos, manos,
afluentes los dos brazos, manos,
dedos, sin número los
dedos,
arroyos o torrentes, nunca
arroyos o torrentes, nunca
charcos, los dedos
navegan,
transportan secos
troncos, muertos
que llegan hasta el río y más.
que llegan hasta el río y más.
Siete palabras. Cada
signo
arañado a la piedra,
siete
signos en orden inflexible,
signos en orden inflexible,
arañadas palabras, siete
uñas, siete silencios, cantos
uñas, siete silencios, cantos
ruidosos, inflexibles
cuando
se desmoronan, piedras, signos.
se desmoronan, piedras, signos.
Senderos, ríos y
poemas,
no vengáis, no riáis,
no habléis.
IV
La noche que Novalis dibujó
para que el cuello fuera la luciérnaga
y el abrazo las manos que la atrapan.
El cuello que Novalis ha soñado
despierto como fatuo resplandor
donde el agua se abraza a los nenúfares.
Abrazo que Novalis sentiría,
y en los labios la tenue piel de un dios,
al estrechar los hombros de la náyade.
La piel imaginada por Novalis,
azul, no blanca, entre las sombras déspotas.
Blanca en medio de la noche azul.
para que el cuello fuera la luciérnaga
y el abrazo las manos que la atrapan.
El cuello que Novalis ha soñado
despierto como fatuo resplandor
donde el agua se abraza a los nenúfares.
Abrazo que Novalis sentiría,
y en los labios la tenue piel de un dios,
al estrechar los hombros de la náyade.
La piel imaginada por Novalis,
azul, no blanca, entre las sombras déspotas.
Blanca en medio de la noche azul.
.
Un Novalis que Novalis no vio.
Una noche que la noche no tuvo.
Un cuello que aquel cuello. Un dios. La ráfaga.
Una noche que la noche no tuvo.
Un cuello que aquel cuello. Un dios. La ráfaga.
VI
Y en el bolsillo arena,
piedras
menudas, sin valor, estiércol
menudas, sin valor, estiércol
seco, matas de hierba,
plásticos
viejos y la memoria
estéril
de los suyos. Y en el
bolsillo
muy arrugado un papel,
luces
escritas con grafía
extraña,
unas cuentas quizá, una
carta
que nadie sabe ya leer
o un simple instante de silencio.
o un simple instante de silencio.
Y en el bolsillo poco
más
—arena, piedras, matas, plásticos—,
—arena, piedras, matas, plásticos—,
un papel, un silencio
apenas.
Ninguna hora en el
bolsillo,
en tantas que llamó,
tenaz,
para que no viniera
nunca,
en otras que olvidó sus sombras.
en otras que olvidó sus sombras.
Ninguna noche, ni la
víspera
de la noche, del ángel.
Nada.
VII
Cuando
la oscuridad emerge
desde
el reverso del estanque,
enloda
despacio las aguas
y
sus añiles cercan
la
luz que aún palpita en los nenúfares,
los
ojos ceden. Los brazos, las manos,
las
piernas.
Ceden
los cabellos blancos,
invisible
caligrafía
sobre
las hojas que quedaron
por
escribir en el cuaderno.
Los
símbolos reconocidos
se
hunden al atardecer
en
la tumbona que junto a la mía
hay
sin nadie.
Me asusta el súbito
escalofrío
y abro bien los ojos.
Si
me levanto en busca de un jersey,
algo
me retendrá dentro —no sé,
la
cena, las tareas— al tiempo que anochece.