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 Soy, de perfil, una nariz inacabada. Desde atrás, un círculo de alopecia. El tiempo que erosiona la roca, qué no hará con el rostro. De ojos cerrados es como mejor me veo mirarme, pero no siempre los cierro ante el espejo, que ha aprendido, en la academia de la técnica, a fijar el trazo y la precisión en los colores. Mucho más sabio que quien se afeita una mañana cada tres o cuatro días. Soy, de frente, aquel que me está mirando y al pronto no me reconoce. Quizá el mohín de duda que trata de averiguar si me recuerda.

   

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Desarbolada sonoridad. Una especie de piar que no desciende del cielo. Tenue crepitación escondida entre la maleza que detiene el seguir yendo a alguna parte. Lo busca la curiosidad entre las hierbas crecidas al amparo de las últimas lluvias. Un trino casi callado, con un ápice de insistencia y desconsuelo que inquieta. Entre humildes matas el empeño da con él. Pajarillo de pocas horas caído del nido. Perdido. Abandonado, tal vez. Todo el cuerpo pico y el pico todo piar. Al aire la piel sin plumas que le protejan y consientan el vuelo. Entre las manos, un grumo de temblor.


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Sombra. Fulgor en el andén del apeadero subterráneo cuando por el túnel, a lo lejos, se acerca el tren que no voy a tomar con el faro frontal encendido. Resplandor del vehículo que cruza la avenida de madrugada sin que a esa hora me haya asomado a la puerta para contemplar la quietud. Claridad entre los listones que la persiana traza sobre la pared del cuarto donde aún no me he despertado. Luminosidad sobre la mesa frente a la que he empezado a escribir estas escasas líneas, sentado en la estancia con las contraventanas cerradas y tras apagar las luces. 


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Azules. Bajo el neón de la avenida, los que tampoco soy yo se alejan, desaparecen entre los rostros que surgen, que se acercan y, tras un leve tropiezo, que continúan. No importa hacia dónde. Es lo único que yo no puedo hacer. Logro ser tan transparente, una sombra azul entre bultos azules. Tan ajeno. Otro. El que ahora está aquí solo para que los demás cumplan con el propósito de ir a alguna parte. El único lugar al que no puedo dirigirme, un estorbo azul entre franjas azules. El desconocido. Nadie. Bajo las luces nocturnas de la arteria, un sonámbulo.