«Tres poemas de amor» | FronteraD * Arpa * Poesía * 7 noviembre de 2024
VESTUARIO
Las ropas que elegimos para vernos
y las que estando juntos nos quitamos.
Indumentaria y desnudez al mismo
tiempo. Con blusa, tú; con polo, yo;
colores entre ellos charlatanes.
Descalzos sobre la madera, piel
a la piel entregada. Con chaqueta
al final de la tarde, que refresca
por la ribera, o con el torso
descubierto en la playa,
héroes en un mármol que tallaron
los siglos. Recubiertos, despojados.
De la mano o por la cintura.
En el cuerpo, o revueltas por el suelo.
AZUL DE AZULES / 7
La ceguera, 2022
Soy, una tarde, al recoger
los resultados de un análisis,
el tronco que ha crujido en la arboleda,
astillado por la tormenta,
con la copa vencida sobre otros
árboles. Doy la mano, al caminar,
a la pared por donde avanzo
para que su firmeza impasible
me sujete. Una hoja que el otoño
arranca mientras cava el lecho
donde tumbarse hasta que la nieve
lo arrope. En la estación, la barandilla
es el báculo de mi vértigo.
Palpo con la otra mano un sobre en el bolsillo.
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Soy, de perfil, una nariz inacabada. Desde atrás, un círculo de alopecia. El tiempo que erosiona la roca, qué no hará con el rostro. De ojos cerrados es como mejor me veo mirarme, pero no siempre los cierro ante el espejo, que ha aprendido, en la academia de la técnica, a fijar el trazo y la precisión en los colores. Mucho más sabio que quien se afeita una mañana cada tres o cuatro días. Soy, de frente, aquel que me está mirando y al pronto no me reconoce. Quizá el mohín de duda que trata de averiguar si me recuerda.
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Desarbolada sonoridad. Una especie de piar que no desciende del cielo. Tenue crepitación escondida entre la maleza que detiene el seguir yendo a alguna parte. Lo busca la curiosidad entre las hierbas crecidas al amparo de las últimas lluvias. Un trino casi callado, con un ápice de insistencia y desconsuelo que inquieta. Entre humildes matas el empeño da con él. Pajarillo de pocas horas caído del nido. Perdido. Abandonado, tal vez. Todo el cuerpo pico y el pico todo piar. Al aire la piel sin plumas que le protejan y consientan el vuelo. Entre las manos, un grumo de temblor.
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Sombra. Fulgor en el andén del apeadero subterráneo cuando por el túnel, a lo lejos, se acerca el tren que no voy a tomar con el faro frontal encendido. Resplandor del vehículo que cruza la avenida de madrugada sin que a esa hora me haya asomado a la puerta para contemplar la quietud. Claridad entre los listones que la persiana traza sobre la pared del cuarto donde aún no me he despertado. Luminosidad sobre la mesa frente a la que he empezado a escribir estas escasas líneas, sentado en la estancia con las contraventanas cerradas y tras apagar las luces.
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Azules. Bajo
el neón de la avenida, los que tampoco soy yo se alejan, desaparecen entre los
rostros que surgen, que se acercan y, tras un leve tropiezo, que continúan. No importa
hacia dónde. Es lo único que yo no puedo hacer. Logro ser tan transparente, una
sombra azul entre bultos azules. Tan ajeno. Otro. El que ahora está aquí solo
para que los demás cumplan con el propósito de ir a alguna parte. El único
lugar al que no puedo dirigirme, un estorbo azul entre franjas azules. El
desconocido. Nadie. Bajo las luces nocturnas de la arteria, un sonámbulo.
Director de la colección: Fernando Sanmartín
Prensas Universitarias de Zaragoza
Zaragoza, 2019
80 págs. 11 €
[Enlace editor]
Las garzas buscan días claros
para volar en los prismáticos
que las observan. Sobrevuelan
a baja altura el bosque
y planean por las orillas,
junto a los juncos, paspartú entre marco
y dibujo. Sumergen la mitad
de sus zancas y el pico entero
en las aguas, avanzan
despacio, trazan círculos
perfectos en la superficie
y provocan un leve chapoteo
que solo escuchan los silencios
del río cuando el cauce
confunde lo que fluye
con lo que permanece.
Y entre tanta quietud,
estampan por el aire ameno
la ronca destemplanza
de su graznido. Nada se comprende
entonces. Así actúa
la realidad.
HÖLDERLIN
Que haya un puente
de piedra. Que la corriente
lo abrace por la cintura,
cariñosa, y después sin decir nada
se vaya y yo
me quede. Y por su arena
transiten carruajes.
Que entren
con fardos voluminosos.
Que salgan
con los sacos en el adral
y el paso muy ligero.
Y me tiemble la mano
con la que escribo cartas.
Que el sendero
se adentre por la umbría,
y la arboleda
lo oculte de inmediato
y parezca tiniebla
en lugar de aquel bosque.
Que la ventana donde lo contemplo
dé a un afuera y no dé a un adentro.
Cruzar la puerta que quedó entornada, 2017
*
El añil de los campos de lavanda que el cielo zarandea para perfumarse.
*
La métrica, sastería de sonidos, requiere cortar las telas con gusto y coserlas como continuidad, sin que las costuras resulten visibles.
*
Solo en lo que se contempla cada día es posible descubrir algo insólito, original, soprendente. La novedad es, per se, repetición.
*
Aficiónate al frontón. Ninguna pared te dejará para irse a jugar con otro.
*
Con aire de pintor de nubes observo el cielo. Cambia tantas veces al día que parece un desperdicio de la imaginación que no conserve copias.
*
La ventana se ve guapa con el vestido de lunares que le ha puesto la lluvia.
*
Dejo a Platón en la taberna. Creo que ve sombras en las paredes. Me acerco a casa de Parménides, pero se ha ido a pescar. Vaya día llevo.
Ediciones de la Isla de Siltolá
Sevilla, 2017
82 págs. 10 €
[Enlace editor]
Tapia con mirlo, 2014
La verdad instante
de este
MARINA TSVIETÁIEVA
Meter em verso as pequenas coisas
mais fáceis de se perderem.
RUI CAEIRO
Yo, pensándote. Tapia
cubierta por la yedra con un mirlo
en lo alto, desconfiado, inquieto.
Maduran las cerezas y los nísperos,
pero la piedra insiste en su grisura.
Puerta, luz oxidada,
hierro que nadie cuida. Yo, sabiéndote,
mis zapatos de charla con guijarros
que sepultan las malas hierbas. Cruces,
flores marchitas, nombres sin alguna
letra. Yo, presintiéndote.
El heno recogido. Las yeguas irritadas.
Ladridos de los perros. Gruñidos del cerrojo
del portón al cerrarse.
En la frente las gotas de sudor, de humedad,
de incertidumbre. Lonas sobre el carro, las palas.
El cielo tan oscuro.
Los postigos sellados. La memoria despierta.
El temporal se acerca desde el oeste. El trueno
lento alcanza al rayo.
Los goterones pintan lunares en la tierra
pálida, leve, limpia, asustada. La lluvia
hace temblar las tejas. Igual que en el amor.
Bosque de las luciérnagas,
sonata que ensayaba a su regreso
de la escuela en invierno, cobertizo
donde se oía el tren cada mañana
camino de Berlín.
Maleta
atada con correas, niebla, luces
a lo lejos de pronto allí delante,
dos bocadillos, zumo, con las señas
de una calle en Berlín.
Tranvías,
una carta de recomendación
que no tiene. La espera, un balde roto.
Asentir a un susurro en el café
es fácil en Berlín.
Caricias
que capturan luciérnagas.
Director de la colección: Fernando Sanmartín
Prensas Universitarias de Zaragoza
Zaragoza, 2014
80 págs. 13 €
[Enlace editor]
LITORAL. El Árbol. «Sombras»
Nada turba la sombra de los cedros
En el parque, solo de vez en cuando
Cruza algún corredor o alguna madre
Con los niños a rastras. El muchacho
Abre el cuaderno azul de las metáforas,
Numera líneas hasta catorce
Y escribe las mayúsculas de un título;
Libro que llamará Narrado en Bronce.
Pero una voz distrae su mirada.
El murmullo tras la espesura ha roto
El primer verso, la indolente brisa,
Las palabras sabidas, su inocencia.
Encaramado al seto de los sueños
Con los ojos pendientes del deseo
Ajeno, ha visto unas manos talladas
Sobre las faldas granas de la tarde.
Litoral nº 257 «El Árbol. Poesía y Arte». Málaga, 2014. Pág. 153.
«DICIEMBRE, 1981» («Poemas para Luis Cernuda» Ediciones LA REVISTA ÁUREA 1. Madrid, 2013. Pág. 105)
D I C I E M B R E, 1 9 8 1
Qué indiferente era aquellos días
después de clase la ciudad. Qué inútil
la lluvia o el rosado atardecer
cuando sobre la puerta la campana
tintineaba y abría el paraíso.
Vida eterna de estantes atestados,
el polvo de un desierto entre los lomos,
y cuando se encontraba, la promesa
de un fulgor. Con cubierta y forro,
Garamond caja alta, dos delfines,
Poesía completa. Luis Cernuda.
Sin quinientas pesetas. En la guarda,
a lápiz. Tapo el libro. Salgo. Corro.
Vuelvo corriendo. Aún está. Lo pago.
«143 SÍLABAS» (LA REVISTA ÁUREA núm 5 Madrid, 2013 Pág. 22)
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A las cinco en enero ya oscurece,
los semáforos saltan su aburrida
rayuela ante los plátanos. Abrigos
y bufandas puntean las aceras.
Del cuello de la noche cuelgan perlas
brillantes y fugaces. Alguien fuma
en un balcón. Los signos nada enseñan
a quien los mira. La ciudad se pudre
sujeta en el bolsillo entre las manos.
El invierno le habla muy cansado,
con voz de lluvia, al alma. Las vacías
plazas, escaparates tras las rejas
y óxidos en el aire la dibujan.
seis filamentos insaciables,
afluentes los dos brazos, manos,
arroyos o torrentes, nunca
que llegan hasta el río y más.
signos en orden inflexible,
uñas, siete silencios, cantos
se desmoronan, piedras, signos.
para que el cuello fuera la luciérnaga
y el abrazo las manos que la atrapan.
El cuello que Novalis ha soñado
despierto como fatuo resplandor
donde el agua se abraza a los nenúfares.
Abrazo que Novalis sentiría,
y en los labios la tenue piel de un dios,
al estrechar los hombros de la náyade.
La piel imaginada por Novalis,
azul, no blanca, entre las sombras déspotas.
Blanca en medio de la noche azul.
Una noche que la noche no tuvo.
Un cuello que aquel cuello. Un dios. La ráfaga.
menudas, sin valor, estiércol
o un simple instante de silencio.
—arena, piedras, matas, plásticos—,
en otras que olvidó sus sombras.